No, no vengo a ventilar aquí mis desilusiones amorosas.
Lo advierto. Si venían por ese chisme, no, no es aquí donde desvelaré mis más infames episodios psicosexopasionales.
Aquí hablaré de política. ¡Sí, de política guatemalteca! De decepciones políticas, de esas que nos tienen a los guatemaltecos desilusionados y con el corazón permanentemente roto.
¿Quién cree en los políticos guatemaltecos?
Ya no es cosa fácil para los ciudadanos creer en los políticos.
La mentira, la desconfianza, el cinismo y la desilusión han acabado con la credibilidad de quienes hacen política en el país de la «eterna primavera».
Esto de prometer y no cumplir ha sido “la vieja confiable” de quien corre por un puesto de elección popular en Guatemala.
Desde hace 10 elecciones presidenciales, luego del inicio de la vociferada era democrática guatemalteca, lo único que hemos andado es un camino repleto de buenas intenciones que nos trajo directo al infierno.
“Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje”, alertó el filósofo inglés Aldous Huxley.
Pongámonos serios y aceptemos que, hasta el sol de hoy, los políticos no nos han tomado en serio.
Por ejemplo, los gobiernos nos han prometido más seguridad. Sin embargo, el guatemalteco sigue sufriendo de extorsiones sin una solución concreta.
Alcanzar el poder a fuerza de mentira ha sido, es y, tal parece, seguirá siendo la usanza entre candidatos y partidos.
¿Pero por qué? Quizá porque al fin de cuentas, políticos no hay.
Una especie extinta en la política guatemalteca
Hay intereses en juego, negocios en riesgo, un poco de fama y otro tanto de dinero. Hay oportunistas faranduleros, negociantes de lo ajeno (nuestro futuro), pero políticos no hay.
¿Y nosotros los ciudadanos? En medio. Como encerrados entre una balacera, con la mínima esperanza de salir ilesos.
Entonces se alimenta el descontento y la desconfianza, y si uno escucha con detenimiento el decir cotidiano sobre la política, la perspectiva sobre lo que nos depara no es favorable.
Esa misma tradición de corrupción y de manejo interesado de la política, y de servilismo a pretensiones para nada comunes, parece allanar el camino para que todo siga igual y nada cambie.
Nos engulle la indiferencia mientras de ella misma se alimenta la bestia.
Aun así, con el desconsuelo y la decepción a cuestas, los guatemaltecos acudimos a las urnas cada cuatro años, como el amante que no quiere ver el engaño, que sigue creyendo que “él” o “ella” cambiará.
¿Pero puede cambiar la política en Guatemala?
Quizá a fuerza de una ciudadanía más activa y menos reactiva, de una ciudadanía que pase de la calle a los partidos y de los partidos a la función pública, el sistema esté en su momento más oportuno para cambiar. Quizá sí.
Pero para ello hay que exigirles a los partidos políticos. Es momento de pedirles que hagan lo propio frente a la crisis actual, pero no a razón de comunicados condescendientes o inflexibles sino de decisiones internas que fuercen a su estructura a ser más abierta y transparente.
Que se abran tanto como puedan, de tal forma que no haya barreras que impidan que a sus estructuras lleguen verdaderos líderes, hombres y mujeres de convicciones fuertes; nuevas y renovadas voces que tomen el protagonismo, porque es renovando la participación como podemos renovar el Estado.
Es cierto, nada de esto es sencillo.
Las precarias condiciones socioeconómicas en las que nuestra sociedad subsiste impiden vivir a plenitud el espíritu político de la democracia.
Necesitamos partir de un enfoque democrático de la economía porque solo una sociedad relativamente equitativa, donde la población tiene sus necesidades básicas satisfechas, donde tiene cierto nivel educativo y, por lo tanto, puede formarse juicios más lúcidos, es posible salir del agujero.
Sucede que siempre hay luz en una parte del camino. Diminuta, pero la hay.
Y, sin embargo, seguimos creyendo
El estudio La Conciencia Ciudadana de los Guatemaltecos daba cuenta hace unos años de que en general, los guatemaltecos no aprueban que los partidos desaparezcan pues los consideran la única vía para la democracia (tal vez por eso, a pesar de nuestro desencanto, seguimos yendo a las urnas).
Pero para ello, la ciudadanía pide a estas instituciones reformar tres ámbitos en su estructura:
- Trabajo todo el tiempo, no solo para las elecciones.
- Democráticos al elegir candidatos. No a las imposiciones para los cargos.
- Representación legitima de intereses comunes, no solo de grupos de interés.
Ya sea sobre la base de estas demandas o de otras nuevas, es menester demandar cambios internos a los partidos políticos, si ya no queremos que nos sigan rompiendo el corazón de ciudadano cada cuatro años.
No olvidemos que en la situación actual los partidos políticos también tienen una gran responsabilidad, ya sea por hacer o por no hacer.
No son el primer frente en el que ahora lucha la ciudadanía, pero son un frente que hay que abordar oportunamente si no queremos perder completamente la fe en la democracia guatemalteca*.
*Según el Latinobarómetro 2023, “Guatemala registra la tasa de apoyo a la democracia más baja de toda la región (29%), con un retroceso de ocho puntos porcentuales desde 2020, cuando alcanzaba un 37% de apoyo.”